28/6/10

El baño


Roció un cubo de agua y con un brusco gesto me indicó el lugar que debía ocupar. Empapó mi cuerpo con indiferencia y yo misma, con jabón rojo me envolví en sangre tibia.
Señaló el suelo y me tumbé sobre mi pecho. Empezó a lavarme puliendo mi espalda con intensidad, sin causar más dolor que la tortura del placer. Mi desnudez no la conmovió.
Retiró la tira que cubría mi trasero y sujetando con la otra mano mi glúteo, dibujaba órbitas recorriéndolo en toda su extensión.
Mis piernas derramadas en el marmol, por fin, disfrutaron de la quimera delirante que pacientes ansiaban.
Girándome sobre el costado, sus rodillas inmóviles observaban como mi pecho era zarandeado al ritmo de fuertes sacudidas.
Me volvió para que ahora fuesen mis nalgas las observadas. Dejó caer mi pierna más elevada al otro lado, como si estuviera abriendo la hoja de una  ventana para disfrutar del paisaje. Comenzó a frotar la ingle derecha con fruicción, serenándose un instante, descendía por el interior de la pierna para tomar aliento, antes de volver a la carga. La fina capa que cubría mi vulva no bastaba para protegerme del roce de la manopla, que como lija pulimentaba mi piel. Mi excitación crecía y mis labios ardían de deseo.
Me tumbé sobre mi espalda y mi torso se preparó para ser alisado. Se regodeó en mis pezones y cuanto más crecían más luchaba con ellos. Mis poros se abrían al goce.
Bajaba de nuevo al valle de la complacencia arrancando ahogados gemidos de mi boca.
Descorría la cortina a un lado y a otro y ante la inaccesibilidad, con suavidad separó mis muslos. Y pulió.
El lenguaje de nuestras almas era el silencio.
Siguiendo la trayectoria de mis expectantes piernas concluyó en mis pies y fue en ellos donde se deleitó. Entregada al juego, sopló.
Me sentó frente a ella. Alivió su ardor con un cazo de agua fría, sacándola así de su enajenación. Agradecida toqué su brazo y ella atrapó el mío. Con su pulgar lo recorrió con un inesperado dolor que provocó mi lamento, se sonrió y como si no se diera cuenta, acercó uno de mis dedos a su seno. Prosiguió haciéndome daño, mientras conducía mi yema. Aguanté su mirada y me giró, dejándome como única visión la desnuda pared y comprendí su existencia.
El agua precipitada sobre mi cuerpo me despertó del ensimismamiento.
Lavó mi cabeza con arcilla, después con champú y con sus dedos enredó mi pelo, imponiéndome así, el calvario del peine. Mis lamentos la complacían y una vez satisfecha, me recogió el cabello acariciando sutilmente mi cuello.
Me condujo a otra sala y aceitándose las manos, comenzó a masajearme de pie y frente a mí, desde las caderas al pecho, con veloces pasadas, que avivaron de nuevo mis pezones y con ellos mi piel. Sujetándome a sus hombros impedí que me lanzara al olvido.
Agarrándome de una mano me giró, dejándome atrapada en la cárcel de mis brazos y estiró con violencia hasta hacerme crujir. Desoyendo mis quejidos prosiguió amasando mi espalda y mis hombros, sujetó mi cabeza y la empujó hasta mis rodillas, donde atemorizada esperaba el momento de volver a mi posición natural.
Tras la redención, me sentí ligera, flotaba mi mente, desapareció todo el dolor y una profunda calma me invadió.
Sentada en un banco, alzó mi tobillo y con suaves friegas se deslizó por mi pierna consumando el placer en cada dedo de mi pie, repitiendo la operación con el otro miembro celoso.
Quedé extasiada, pensando que el baño había finalizado como las oraciones, en puntos suspensivos...

24/6/10

Castigo


Desgarrador castigo a sentimientos sinceros,
confirma el profundo abismo que nos separa.

Padecer el dolor de la ausencia es ínfimo,
ante la ceguera de la indiferencia.

Incapaz de contentarme con los recuerdos,
renuncio a este sufrimiento.